El Paréntesis Gutenberg o por qué confundimos Twitter con un bar

Artículo de Jaime Rubio Hancock.

Fuente: http://verne.elpais.com/verne/2015/06/16/articulo/1434467365_552733.html

Cella comenzaba a trabajar en una pizzería de Texas e hizo un comentario con el que muchos nos podríamos sentir identificados.

“Ew, mañana comienzo un trabajo de m****a”.

Pero lo publicó en Twitter y lo leyó su jefe, quien le informó de que estaba despedida antes de comenzar.

Pantallazos de los tuits: Cella lo borró, pero demasiado tarde.

En octubre de 2012, Lindsey Stone se hizo una foto frente a un cartel del cementerio militar de Arlington que pedía silencio y respeto. En la foto, Stone aparecía mostrando el dedo corazón y simulando un grito. La colgó en Facebook porque ella y una amiga publicaban imágenes en las que llevaban la contraria a carteles en tono de broma, como quien hace una foto de una señal que prohíbe sacar fotos.

Pero esta imagen se difundió más allá de su perfil de Facebook y causó la ira de quienes creyeron que estaba faltando al respeto a los veteranos de guerra. Como explica Jon Ronson en So You’ve Been Publicly Shamed, Stone recibió miles de insultos y acabó siendo despedida.

El director de cine Nacho Vigalondo fue despedido de El País en 2011 por bromear con el holocausto. En Twitter, Zapata habló de este despido y de los chistes de mal gusto, citando un par de ellos (entrecomillados): uno sobre el holocausto y otro sobre Irene Villa.

Cuatro años más tarde, Zapata fue elegido concejal del ayuntamiento de Madrid y se rescataron esos tuits. El escritor y político se vio obligado a renunciar a la concejalía de cultura y el 7 de julio declarará como imputado de un delito de humillación a las víctimas del terrorismo en la Audiencia Nacional.

Estos tres ejemplos son una clara muestra de cómo usamos a menudo las redes sociales: como si estuviéramos charlando con unos amigos, a pesar de que todos sabemos que Twitter y las redes sociales son medios públicos.

Pero esta confusión en realidad tiene sentido. Lo resumía Delia Rodríguez en Memecracia: los virales que nos gobiernan: “En el fondo, dice el profesor L. O. Sauerberg, de la University of Southern Denmark, lo que está ocurriendo es que con la nueva cultura digital estamos viviendo una vuelta a lo oral después de quinientos años de dominio de lo escrito, marcados por la invención de la imprenta, el denominado Paréntesis Gutenberg”.

Internet es «un lugar donde los memes circulan en libertad, no constreñidos al cuerpo de un libro. Un sitio donde reunirnos con nuestra tribu a charlar, donde nos contamos entre nosotros historias verdaderas y falsas y donde guardamos poco respeto a la autoría individual frente al dominio público».

La cultura escrita se caracterizaba “por la composición original, individual, autónoma, estable y canónica”, pero ahora estamos en transición hacia una cultura digital “que es sampleo, remezcla, préstamo, rediseño, apropiación, recontextualización”. Es lo que Thomas Pettitt llama quilting, es decir, coser una colcha a base de retazos.

Pettit, profesor también de la Universidad de Southern Denmark y uno de los principales estudiosos del Paréntesis Gutenberg, recuerda a Verne que este nuevo contexto tiene sus riesgos, como se ha visto en los tres ejemplos antes mencionados: “Todo lo que compartimos digitalmente puede y muy probablemente será recontextualizado. Ajustarnos a la situación y ser más cuidadosos nos va a costar una generación de vergüenza pública. Aunque también puede pasar lo contrario: todo el mundo se relajará más en lo que concierne a la recontextualización porque es simplemente parte del ambiente”.

Es decir, esta vuelta a la conversación y a una cultura que reaprovecha, recontextualiza, edita y se apropia de contenidos para darles otro significado (como en el caso de los memes o de los vídeos editados) también tiene sus riesgos. En este nuevo contexto, “el creador no tiene poder para determinar qué ocurrirá” porque, al contrario de lo que ocurre con un texto impreso, “cualquier contenido digital se puede modificar”, nos parezca justo o no.

Esto también ocurría antes de que la imprenta fuera la tecnología dominante: “Autores medievales como Chaucer temían que los escribas pudieran interferir en sus textos y, por supuesto, la mayor parte de las obras medievales, como el folklore, han cambiado tanto que nadie sabía, ni le importaba, quién era el autor”, explica Pettitt, que no en vano también es especialista en tradiciones orales medievales.

Pettitt cree que “la preocupación por la transgresión de estos límites es un reflejo residual de la forma de pensar durante el Paréntesis Gutenberg”. De hecho, añade que también se puede hablar de un Paréntesis de la Privacidad, “que ha durado más o menos lo mismo (y probablemente fue un resultado) del Paréntesis Gutenberg. Antes de 1600, la privacidad se consideraba algo malo: a saber las cosas malas que podías hacer cuando nadie miraba». Además, «la privacidad no sólo era poco habitual (todo se hacía en público) sino que casi no existía como concepto”. Pettitt explica que el deseo por la privacidad llega con el libro impreso (en parte, con la costumbre de leer a solas) y probablemente desaparecerá con él.

Es cierto que no entendemos la privacidad del mismo modo que hace años y que los nuevos medios favorecen este cambio de actitud. Ya no enseñamos las fotos de las vacaciones a amigos y familiares, sino que las publicamos en Facebook e Instagram.

Pero al margen de que todo esto esté ocurriendo y que difícilmente sea evitable, ¿es positivo? Es cierto que tenemos acceso a muchas más historias y contenidos, además de a nuevas formas de narrarlas. Pero también hay inconvenientes y consecuencias que no hemos aprendido a controlar.

Pettitt subraya que no está a favor del final de la imprenta o de la muerte del libro: “Somos estudiosos que observan y analizan lo que ocurre”. En este caso, “cómo los cambios en los medios tecnológicos afectan nuestra forma de pensar”. En lo que se refiere a cómo explicamos historias, todo apunta, concluye Pettitt, a que se parecerá más a cómo se hacía en la Edad Media que en el siglo XX.

Por qué las mentes más brillantes necesitan soledad

Artículo de Silvia Díez, disponible en: http://elpais.com/elpais/2015/01/29/buenavida/1422546931_773159.html

Según el profesor Robert Lang de la Universidad de Nevada (Las Vegas), experto en dinámicas sociales, muchos de nosotros acabaremos viviendo solos en algún momento de nuestra vida, ya que cada día nos casamos más tarde, las tasas de divorcio aumentan y las personas viven más. La prosperidad también fomenta este estilo de vida, elegido en la mayoría de los casos voluntariamente por el lujo que representa. La periodista Maruja Torres en su autobiografía Mujer en guerra (editada por Planeta) ya se vanagloriaba del placer que le producía meterse en la cama y dormir sola, con las extremidades extendidas en forma de aspa. A esto se le añade la comodidad de disponer del sofá, poder cambiar de canal sin tener que negociar, improvisar planes sin avisar ni dar explicaciones, pasearse por la casa de cualquier guisa, comer a cualquier hora…

Por si fuera poco, el sociólogo Eric Klinenberg, de la Universidad de Nueva York, autor del estudio GOING SOLO: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal of Living Alone, está convencido de que vivir solo significa, además, disfrutar de relaciones de más calidad, ya que la mayoría de singles tiene claro que la soledad es mucho mejor que el hecho de sentirse mal acompañado. Incluso hay estudios que aseguran que la soledad facilita el desarrollo de la empatía. Otra socióloga, Erin Cornwell, de la Universidad Cornell en Ithaca (Nueva York), ha determinado tras distintos análisis que es más probable que la gente mayor de 35 años que vive sola pase una velada entre amigos que no aquellos que viven en pareja. Esto también ocurre con las personas mayores que, aun viviendo solas, poseen una red social de amistades tan amplia o más que las personas de su misma edad que viven acompañadas. Es la conclusión a la que llegó el estudio llevado a cabo por el sociólogo Benjamin Cornwell y que publicó en American Sociological Review.

La base de la creatividad y de la innovación

Las personas somos seres sociales, pero tras pasarnos el día rodeados de gente, de reunión en reunión, atentos a las redes sociales y al móvil, hiperactivos e hiperconectados, la soledad ofrece un espacio de reposo sanador. Una de las conclusiones más sorprendentes es que la soledad resulta básica para la creatividad, la innovación y el buen liderazgo. Un estudio realizado en 1994 por Mihaly Csikszentmihalyi (el gran psicólogo de la felicidad) comprobó que los adolescentes que no soportan la soledad son incapaces de desarrollar el talento creativo.

Susan Cain, autora del libro Quiet: The Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking, cuya conferencia en Ted Talks es una de las favoritas de Bill Gates, defiende a ultranza la riqueza creativa que surge de la soledad y reivindica, por el bien de todos, la práctica de la introversión. “Siempre me habían dicho que debía mostrarme más abierta, aunque yo sentía que ser introvertida no era algo malo. Así que durante años fui a bares abarrotados, muchos introvertidos lo hacen, lo que representa una pérdida de creatividad y de liderazgo que nuestra sociedad no se puede permitir. Tenemos la creencia de que toda creatividad y productividad proviene de un lugar extrañamente sociable. Sin embargo, la soledad es el ingrediente crucial de la creatividad. Darwin daba largas caminatas por el bosque y rechazaba enfáticamente invitaciones a fiestas. Steve Wozniak inventó la primera computadora Apple encerrado en su cubículo de Hewlett Packard, donde trabajaba entonces. La soledad importa. Para algunas personas, incluso, es el aire que respiran”.

Cain recuerda que cuando estamos rodeados de gente nos limitamos a seguir las creencias de los demás para no romper con la dinámica de grupo. La soledad, en cambio, significa abrirse al pensamiento propio y original. Denuncia que las sociedades occidentales han privilegiado más a la persona activa que a la contemplativa. Y nos ruega: “Detengan la locura del trabajo constante en equipo. Vayan al desierto para tener sus propias revelaciones”.

La conquista de la libertad

“Solo cuando estoy sola me siento completamente libre. Me reencuentro conmigo misma y eso me resulta agradable y reparador. Es cierto que, por inercia, cuanto menos solo estás, más te cuesta estarlo. No obstante, en una sociedad que te obliga a estar enormemente pendiente del afuera, los espacios de soledad representan la única posibilidad de contactar otra vez con uno mismo. Es un movimiento de contracción necesario para recuperar el equilibrio”, asegura la psicóloga Mireia Darder, autora del libro Nacidas para el placer (Ed. Rigden).

También el gran filósofo del momento, Byung-Chul Han, autor de La sociedad del cansancio (Ed. Herder), abandera la necesidad de recuperar nuestra capacidad contemplativa para compensar nuestra hiperactividad destructora. Según este autor, solo tolerando el aburrimiento y el vacío seremos capaces de desarrollar algo nuevo y de desintoxicarnos de un mundo lleno de estímulos y de sobrecarga informativa. Byung-Chul Han tiene muy presente las palabras de Catón: “Nos olvidamos de que nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo”.

Conciencia de sí y auditoría interior

“Para mí la soledad representa la ocasión de revisar nuestra gestión, de proyectar el futuro y evaluar la calidad de los vínculos que hemos construido. Es un espacio para llevar a cabo una auditoría existencial e indagar qué es esencial para nosotros más allá de las exigencias del entorno social”, asegura el filósofo Francesc Torralba, autor de El arte de estar solo (Ed. Milenio) y director de la cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull. En soledad dejamos ese espacio en blanco para escuchar sin interferencias lo que sentimos y necesitamos. “La soledad nos da miedo porque con ella caen todas las máscaras. Estamos viviendo siempre de cara a la galería en busca de reconocimiento, pero raramente nos tomamos tiempo para mirar hacia dentro”, dice Torralba.

Efectivamente, la soledad despierta temor porque suele asociarse al vacío y la tristeza, sobre todo cuando ha sido postergada largo tiempo por una actividad frenética y anestesiante. Para Mireia Darder conviene enfrentarse a ese momento teniendo en cuenta que la tristeza es resultado simplemente del hecho de aflojarse después de tanta tensión y de haber hecho un enorme esfuerzo por aparentar fortaleza y aguantar la presión ante los que nos rodean. “No se puede olvidar que para ser realmente autónomo has de aprender a transitar la soledad. El amor no es lo contrario de la soledad sino la soledad compartida”, señala Darder.

En nuestra sociedad, la inactividad —que surge a menudo de la soledad— se teme y despierta la culpa. Nos han preparado para la acción y para realizar muchas cosas al mismo tiempo, pero es cuando estamos solos cuando podemos reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. El escritor Irvin Yalom, catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Stanford, confesaba que desde que tenía conciencia se había sentido “asustado por los espacios vacíos” de su yo interior. “Y mi soledad no tiene nada que ver con la presencia o ausencia de otras personas. De hecho detesto a los que me privan de la soledad y, además, no me hacen compañía”. Algo que, según Francesc Torralba, es muy frecuente: “Aunque estemos rodeados de gente y de formas de comunicación existe un alto grado de aislamiento. No hay peor sensación de soledad que aquella que se experimenta al estar en pareja o con gente”.

Las 5 claves para disfrutar de la soledad

1. Usted es su mejor compañía. La premisa básica es cambiar la creencia de que uno, acompañado, está mejor.

2. Una oportunidad para conocerse mejor y descubrir nuestro rico mundo interior.

3. En lugar de torturarse, hay que aprovechar la soledad para leer, pintar o hacer deporte.

4. Escribir un diario. Ayudará a expresar sentimientos y a contemplarse uno mismo con más conocimiento y cariño.

5. Como indica el psicólogo Javier Urra, con la soledad recuperamos “el gusto por el silencio y por el dominio del tiempo”.

La turba tuitera

Artículo de John Carlin, en http://elpais.com/elpais/2015/06/19/opinion/1434737967_606095.html

Me alegro de haber decidido tomarme unas vacaciones de Twitter a principios de mes. Me salvé de caer en la tentación de ventilar mis reacciones a tres noticias que seguí con interés: la del concejal madrileño de Podemos y su chiste sobre los judíos; la del Nobel inglés de la ciencia verborreando sobre las debilidades biológicas de las mujeres; la de la activista estadounidense blanca que se decía negra.

Me hubiera resultado irresistible tuitear, al instante de leer los primeros informes, algo así como que el concejal era un cretino, que el científico era un viejo tonto, que la activista era una loca perdida. Me hubiera sumado a la turba virtual linchadora contra tres personas de cuyas existencias no tenía ningún conocimiento previo. Y si no hubiese hecho un esfuerzo después para informarme sobre cómo eran esas tres personas, los contextos en los que dijeron lo que dijeron o los entornos en los que vivían, hubiera acudido a la Red una vez más a expresar mi júbilo cuando los tres se vieron obligados a dimitir de sus cargos.

Pero por suerte me quedé callado, no me uní a la flashmob tuitera, y me alegro de ello porque tras un breve periodo de reflexión veo que mi primera reacción fue apresurada y mezquina; que existen al menos dos maneras de interpretar lo que hicieron cada uno de estos tres personajes o de evaluar los castigos que se merecen.

Debo reconocer que me costaría más montar una defensa del concejal Guillermo Zapata, lo que obedece no tanto a los hechos objetivos, quizá, sino a la particular revulsión que siento cuando me topo con casos de antisemitismo. Para bien o para mal, los juicios parten de los prejuicios; las opiniones que cada uno de nosotros emitimos son la expresión de las circunstancias de nuestras vidas. Debido a las casualidades que han forjado mi particular conciencia moral, me ofendió más el chiste sobre los judios incinerados en un cenicero que la broma del científico inglés Tim Hunt sobre las mujeres que lloran en los laboratorios cuando les critican o el descubrimiento de que Rachel Dolezal, líder local de una organización opuesta al racismo, se había pasado años manteniendo que era de raza negra cuando la verdad es que, genéticamente, es tan blanca como la reina Isabel de Inglaterra.

Pero aún así podría haber llegado a convencerme de que existían argumentos para que Zapata no dimitiera, como finalmente hizo, del cargo de responsable de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid. Su chiste fue de un mal gusto atroz y demostró una lamentable falta de juicio para alguien que pretende representar a la ciudadanía en el Gobierno de una gran ciudad europea. Pero conocimientos de cine y literatura parece que sí tiene, no robó a nadie, que se sepa, ni se dio a la fuga después de arrollar la moto de un policía. Metió la pata, pero todos la metemos.

En el caso de Hunt, y su propuesta de que los laboratorios deberían ser unisex, existen argumentos coherentes para pedir su dimisión, pero resulta que tanto su actual pareja como su exmujer han declarado que conocen a pocos hombre menos machistas que él y que no se sabe de ningún caso en el que haya discriminado contra una mujer en el trabajo. Lo que no tengo tan claro es que si la decisión casi inmediata de las autoridades de University College London de rendirse a la caza de brujas tuitera y obligarle a dimitir resulte positiva para los estudiantes de ambos sexos que ya no podrán gozar de sus inmensos conocimientos.

Rachel Dolazel no podía seguir al frente de una organización creada para defender los derechos de los negros, es verdad, pero también es cierto que las burlas y el veneno que se han lanzado hacia su persona en las redes sociales revelan una faceta bastante miserable de la humanidad. Como me decía esta semana un amigo nigeriano que vive en Nueva York, lo que hizo esta mujer al fin de cuentas fue pecar de un exceso de empatía.

¿Cuál es la conclusión? Partiendo de la premisa de que soy igual de culpable que cualquiera, propongo la siguiente: que las redes sociales pueden convertirse en armas de destrucción masiva para las reputaciones de las personas y antes de apretar el gatillo uno debería de respirar hondo, apelar más a la generosidad que a la vanidad farisaica que uno lleva dentro y reconocer que uno no posee ni la información ni la autoridad moral para enjuiciar a una persona de la que no sabe nada, y menos en 140 caracteres.