Alcaldes latinoamericanos prueban “vacunas” para curar la violencia

  Washington 16 FEB 2015
Niños en un centro recreativo en Cali, Colombia. / ISABELLE SCHAEFER
En algunas de las ciudades con más homicidios en el continente aplican, con éxito, fórmulas distintas a la “mano dura”

 

Es un debate recurrente en los medios de comunicación y las campañas políticas de los países más afectados por la violencia delictiva: hay que aplicar más “mano dura”, ser más implacables e incluso considerar la posibilidad de la pena de muerte para los casos más graves.

Pero algunos gobernantes locales de América Latina están demostrando en sus propias jurisdicciones que usar la violencia para reducir la violencia no siempre es la mejor opción. Y que a veces con medidas simples, prácticas y de muy bajo costo, se pueden lograr resultados positivos.

Durante una visita a la sede del Banco Mundial, en Washington, tres alcaldes de ciudades consideradas entre las más violentas de la región compartieron sus fórmulas poco convencionales para resolver un problema que en muchos países afecta principalmente a los jóvenes y es la primera preocupación de los ciudadanos.

Desde hace un tiempo, esta institución viene considerando a la inseguridad ciudadana como uno de los grandes temas de desarrollo a futuro, y trabaja junto a los gobiernos de los países, pero también en estados y municipios para apoyar enfoques diferentes y soluciones prácticas e innovadoras al tema de la violencia.

Epidemiología de la violencia

Un ejemplo es Rodrigo Guerrero, alcalde de la ciudad colombiana de Cali, quien en sus dos periodos como gobernante local (1992-1994 y 2012-2015) ha aplicado sus conocimientos de médico epidemiólogo para tratar las altas tasas de homicidios en su ciudad de la misma forma que lo harían con una enfermedad de origen desconocido.

“Es un método que yo llamé ‘Epidemiología de la Violencia’ y que ya se aplica en varias ciudades de Colombia y también en otros países”.

Este análisis científico de la realidad hizo que las autoridades tomaran distintas medidas en distintas zonas. En algunos lugares se mejoró el alumbrado público, en otros se prohibió la venta de alcohol después de determinadas horas, en otros más, se aumentó la presencia policial.

El desafío para Guerrero cuando aplicó este método por primera vez hace más de 20 años fue demostrar que eso que él pretendía tratar como una epidemia, efectivamente pudiera erradicarse.

“Cali tenía una tasa de 126 asesinatos por 100.000 habitantes, cuando yo entré estaba en 83, ahora está en 62. Es una tasa de homicidios que todavía consideramos inaceptable, pero la vamos a seguir bajando, porque ya sabemos cómo atacar el problema juiciosamente”, explica Guerrero.

Guerrero afirma que su mayor éxito, sin embargo, no es Cali, sino Bogotá, pues los alcaldes que le sucedieron en su ciudad no aplicaron sus métodos, pero en la capital colombiana sí siguieron sus recomendaciones durante tres periodos seguidos y bajaron la tasa de homicidios de 80 a 18 por 100.000 habitantes.

Prevención y empleo

Un desafío similar tuvo Alexander López, alcalde de la localidad de El Progreso, en el norte de Honduras, cerca de la frontera con Guatemala, uno de los puntos por donde pasa buena parte de la cocaína en ruta hacia los Estados Unidos.

En una zona dominada por el narcotráfico, en uno de los países más violentos del mundo, a muchos les pareció una osadía que la ciudad pusiera en práctica lo que llamaron el “Plan 80-20”, que consiste en un 20% de medidas coercitivas (uso de la fuerza policial, sanciones, etc.) y un 80% de medidas de prevención.

“Hemos recuperado 350 espacios públicos y se ha trabajado en mejorar el alumbrado público, hemos creado 5.000 microempresas, hemos reducido el horario de locales nocturnos como las discotecas”, enumera López entre las acciones que constituyen el 80% de prevención.

“El simple hecho de reducir el horario hasta las dos de la mañana nos ha ayudado a disminuir los índices de violencia”, explica.

Su colega, “Tito” Asfura, alcalde de Tegucigalpa, insistió en que la inseguridad es la suma de distintos problemas como el acceso a agua y saneamiento, a guarderías y a clínicas, entre otros. “Se trata de temas que al final repercuten en la gente. La suma de muchas cosas”, afirmó.

“El problema de la inseguridad es, sobre todo, de falta de trabajo”, dice Asfura. Solo el año pasado su gobierno invirtió 24 millones de dólares en capacitar a más de 1.500 microempresarias y otras acciones destinadas a promover el empleo.

Esta relación entre generación de empleo y reducción de la violencia se puso de manifiesto también en El Salvador durante la implementación de un programa para generar empleo entre la gente joven que se puso en marcha en 2008. “Aunque si la mitigación de la violencia no era el objetivo del programa, donde lo ejecutamos notamos una caída en la violencia”, explica Humberto López, director para América Central del Banco Mundial.

Para López, combatir el crimen y la violencia requiere de más esfuerzos en el que se crucen las variables y los datos relacionados con empleo, necesidades sociales, estadísticas de criminalidad, “para dar seguimiento al número de homicidios, dónde ocurren, y cotejar esa información con otras variables para entender mejor el motivo de la violencia”.

Con esa idea en mente, el Banco Mundial apoya en Honduras la creación de un Observatorio de la Violencia, en colaboración con algunas universidades y el gobierno de ese país.

 

 

Desdichados: la Argentina, arriba en un ranking mundial

Publicado en: http://www.lanacion.com.ar/1767800-desdichados-la-argentina-arriba-en-un-ranking-mundial

12 de febrero de 2015

Desdichados: la Argentina, arriba en un ranking mundial

Según un estudio, sólo Venezuela «aflige» más a sus ciudadanos

El Misery Index no es un invento de Hanke, sino que
fue creado por otro economista, Arthur Okun en los 60
y utilizado dentro de los Estados Unidos.
Hanke modificó la ecuación. Foto: Archivo

¿Son las variables económicas de un país las que inciden directa y esencialmente en el ánimo de los ciudadanos?

De guiarse por el World Misery Index, elaborado por el economista estadounidense Steve H. Hanke, la respuesta sería sí. Y según este ranking, los países que más desdicha les provocan a sus ciudadanos son, en este orden, Venezuela, la Argentina y Siria.

En el otro extremo, entre los menos desdichados, aparecen Brunei, Suiza y China.

¿Cómo surge esta categorización? La ecuación que elabora Hanke es simple: combina cuatro factores económicos. Hay que tener en cuenta que la palabra misery no significa miseria, sino desdicha, aflicción, sufrimiento o hasta tristeza. Es decir, no tiene que ver con carencias materiales, sino con una cuestión que repercute exclusivamente en lo anímico. Algo así como un riesgo país psicológico.

En rigor, el Índice de la Desdicha, como podría traducirse la obra de Hanke, no es un invento o algo nuevo, sino una reelaboración de una fórmula utilizada en el ámbito académico norteamericano desde los años 60.

Profesor de la universidad estadounidense Johns Hopkins, asesor económico de Ronald Reagan y colaborador de un ex asesor de Margaret Thatcher, Hanke no es un desconocido para los argentinos: fue asesor económico del gobierno menemista, presidió el fondo común de inversión Toronto Trust en Buenos Aires en la década del 90 y suele analizar en los medios la disputa argentina con los holdouts.

La ecuación es simple: suma las tasas de desempleo, inflación e interés y le resta el crecimiento del PBI per cápita. Este particular índice se inscribe entre las novedades que incluyen las ciencias económicas respecto de la medición de la felicidad a través de variables de esta materia, como también lo es el índice de felicidad interior bruta o el índice de progreso social.

Él mismo lo explica. «Cada país apunta a bajar la inflación, el desempleo y las tasas de interés, mientras que pretende engrosar el producto bruto interno per cápita. A través de una simple suma de las tres mencionadas tasas y la resta del crecimiento per cápita de un año del PBI, construí un índice de desdicha que de forma exhaustiva ordena 108 países basados en esa desdicha», explica el economista Hanke en un artículo que escribió para el Cato Institute, un think tank liberal, donde presentó el índice semanas atrás.

El resultado de ese cálculo es una cifra a través de la cual se ordena a los países, en palabras de Hanke, de más «desdichado» a menos «desdichado». Al tope del índice, es decir, el pero país ubicado es, por lejos, Venezuela, con 106,03 puntos, seguido por la Argentina, con 68 puntos. En tercer lugar se ubica Siria, con 63,90; cuarto, Ucrania, con 51,8, y en quinto lugar Irán, con 49,10.

Entre los más favorecidos por la ecuación de Hanke aparece como menos «desdichado» Brunei, con 4,94 puntos; después le sigue Suiza, con 5,39; luego China, con 5,69; Taiwan, 5,91, y Japón 6,18.

Además del puntaje, el índice especifica en cada caso cuál es el factor económico que más contribuye a esa desdicha. Tanto en el caso de la Argentina como en el de Venezuela el factor destacado son los precios al consumidor. En otras palabras, que Venezuela y la Argentina encabezan el índice por su tasa de inflación. Para los tres países que siguen en el ranking, Siria, Ucrania e Irán, el mayor problema que les atribuye es el desempleo.

Según se explica en la misma publicación, el índice está integrado solamente por aquellos países que a la hora de los cálculos contaban con todos los datos que integran la ecuación: tasa de desempleo, de interés de préstamos, inflación y PBI per cápita. ¿Las fuentes de estos datos? El Banco Mundial, la Economist Intelligence Unit, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y The National Bureau of Labor Statistics and Calculations.

Respecto del índice de 2013, la Argentina escaló posiciones: del cuarto peor país según esta escala, avanzó dos casilleros hasta situarse en el segundo. Venezuela, en cambio, mantiene el primer puesto.

Los demás países de América latina se reparten en distintas ubicaciones a lo largo de la lista. El peor ubicado después de Venezuela y la Argentina es nada menos que Brasil, con el 6° puesto, 42,79 puntos y el desempleo como su mayor factor de contribución. Le sigue en el puesto número 25° Uruguay, con 28,37 y las tasas de interés como factor determinante; Paraguay ocupa el 29°, con 27,01; Perú el 49°, con 20,09, y Colombia en el 50°, con 19,61.

Entre los mejores latinoamericanos ubicados aparece Ecuador en el puesto 73° y 13,72 puntos; Chile en el 70°, con 14,42 puntos, y Bolivia en el 53° con 18,38 puntos. Por su parte, Estados Unidos quedó ubicado en el puesto 95°, mientras que España quedó relegado al 16°.

El Misery Index, sin embargo, no es un invento del profesor Steve Hanke. El índice original fue creado por el economista estadounidense Arthur Okun en los años 60, durante la presidencia de Lyndon Johnson. Este índice, que ayudaba a determinar cómo les iba económicamente a los ciudadanos estadounidenses, tenía como base sólo dos factores que se sumaban y que influyen directamente en el costo de vida: la inflación y el desempleo.

Steve Hanke retoma este índice -que ya había sido modificado en 1999 por otro economista, Robert Barro, quien incluyó en la ecuación las tasas de interés y el PBI- y lo traslada fuera de los Estados Unidos.

La fórmula del economista Steve Hanke

Cuatro factores

La ecuación consiste en la suma de las tasas de desempleo, inflación e interés crediticio de un país, y se le resta el crecimiento del PBI per cápita respecto del año anterior. La cuenta da una cifra que determinará el índice

Acepción de misery

A diferencia de cómo puede entenderse en un primer momento, la palabra misery no significa «miseria» en español, sino que se traduce como desdicha, aflicción o tristeza. Por eso, el índice no pretende medir las carencias o la pobreza de los ciudadanos de un país, sino que se relaciona estrictamente con el ánimo que esos factores determinan en la vida de las personas

Un índice antiguo

El Misery Index no es un invento de Hanke, sino que fue creado por otro economista, Arthur Okun en los 60 y utilizado dentro de los Estados Unidos. Hanke modificó la ecuación

Las ciudades de la expulsión

Viandantes cruzan una calle de Barcelona. / Bloomberg / Getty

Una edición española de La ciudad, de Max Weber, que en 1987 publicó la combativa y afinada editorial La Piqueta, contiene un prólogo de Luis Martín Santos con un título irrefutable: La ciudad, máscara de una sociedad insolidaria. En él habla de “suelo organizado” y de “espacio humanizado”, pero también de esos “cementerios invisibles” que son los suburbios, y del centro, donde la ciudad “asume su prestigio”. No han pasado ni tres décadas desde que Martín Santos lo escribiera, y las grandes ciudades se han convertido en una especie de desembocaduras que suelta el curso del río más inverosímil y grotesco. No solo son viveros de estrés y tintineo de cajas registradoras, sino una galería de absurdos que ni el propio Chesterton habría acertado a describir.

Convertidas en grandes terminales de aeropuerto, con paseos que tienen más de duty free que de espacio libre y común, plagadas de autómatas con selfies que rebotan de un escaparate a otro. Estos siempre son de grandes marcas, que minan la fisonomía de las calles principales de Europa, convertidas en un solo y luminoso carril. Las ciudades son hoy lugares de expulsión. Aquella ciudad que Weber contempló como el escenario de la emancipación de sus habitantes es hoy la consumación de un despido. El ciudadano vive como un desplazado, incapaz de aguantar el acoso de las empresas que depredan el centro, por lo que debe cambiar de barrio y marcharse con sus cuatro cosas a la periferia.

Los Ayuntamientos juegan al despiste. La desaparición de las tiendas de siempre, la extinción de los cafés y de los bares donde no se sirven mojitos ni Bloody Mary hacen que las calles sean una sucursal de la fábrica de moneda y timbre. Y esto se agravará en pocos meses. Según la entrada en vigor, el 1 de enero de 2015, de la nueva Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), los comercios minoristas, a veces centenarios, deberán pasar a pagar un alquiler solo apto para Swarovski, Bvlgari y compañía, y desaparecerán ante la descomunal subida. Afectará a más de 60.000 locales en toda España. La ley, que fue impulsada por Miguel Boyer, más o menos en la época en que Fraga Iribarne espetó “¡La calle es mía!”, acabará de ceñir, bien prieta, esa máscara de la que habló Martín Santos. Es verdad que una trama de pequeños comercios, de nueva apertura, muchos regentados por jóvenes que han hecho de sus tiendas un lugar de buen gusto e ingenio, se han convertido en una resistencia capaz de consolar a los decepcionados viandantes.

Pero eso no evita la pregunta: ¿de quién es ahora la calle? De los que aprendieron de aquellos patriarcas de la corrupción. Nunca hubo tan aventajados alumnos como ahora, que parecen jugarse a los dados los mejores solares y concesiones de obras. El caso de Barcelona es tan asombroso que el gremio de hoteleros ningunea al oscuro y servil Ayuntamiento. Han hecho suya la ciudad y buscan con olfato de lebrel edificios para rehabilitarlos como hoteles, con el consiguiente desplazamiento de los inquilinos. Un hotel aquí y otro más allá, donde acuden, en medio de un sonoro traqueteo de maletas, los turistas que, a las pocas horas, estarán amontonados ante la puerta de Gucci y Chanel para echarse ante ella una fotografía. Luego bajarán por la Rambla envueltos en un espantoso merchandising de camisetas, garrafones de sangría y una ristra de castañuelas colgadas como ajos. Y no saben que están en medio de un sembrado de hipotecas-extorsión y de geriátricos desatendidos. No imaginan que Los comebarato, de Thomas Bernhard, todavía hacen cola en los comedores municipales o religiosos, ni que hay escolares que calientan su cuerpo gracias a la dadivosidad del vecindario. Qué bien sentenció Martín Santos que la ciudad estaba convirtiéndose en una tachadura de lo comunitario, en una borradura.

Cuatro compras con la tarjeta bastan para identificar a cualquier persona

Artículo de , publicado el 03/02/2015 en http://elpais.com/elpais/2015/01/29/ciencia/1422520042_066660.html
Los patrones de uso de las tarjetas permiten descubrir la identidad del 90% de una muestra de 1,1 millones de personas anónimas, según demuestra un estudio del M.I.T.

Los datos anónimos de las compras permiten identificar a las personas, en especial a mujeres y a los que tienen más ingresos. / Yves-Alexandre de Montjoye/MIT

Cuatro gestos tan triviales como pagar el billete de metro, la comida del mediodía, las zapatillas en una tienda deportiva o las entradas al cine permiten identificar a casi cualquier persona. Aunque no se sepa el nombre o el número de cuenta, un estudio con datos de compra de 1,1 millones de personas revela la identidad en más del 90% de los casos. Es el poder de los metadatos y el big data.

Cuando estalló el caso Snowden, en Estados Unidos se produjo un gran escándalo con uno de los programas de espionaje de la NSA que recopilaba millones de llamadas telefónicas. Las autoridades estadounidenses aclararon enseguida que no espiaban el contenido de las conversaciones en sí sino metadatos como quién llamaba a quién, a qué hora o durante cuánto tiempo. Google o Facebook también los usan para mejorar sus servicios u ofrecer publicidad más personalizada. En principio, la agregación de este tipo de datos de forma anónima en grandes bases no plantearía una gran amenaza a la privacidad de las personas. Esa presunción se ha demostrado ahora falsa.

Un grupo de investigadores del Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha diseñado un par de algoritmos matemáticos que permiten identificar a una persona basándose en sus hábitos de compra. Consiguieron que un gran banco de un país de la OCDE (por razones obvias, no dicen ni qué banco ni qué país) les dejara aplicar sus algoritmos a una base de datos con las transacciones de pagos electrónicos de 1,1 millones de clientes en unas 10.000 tiendas durante los meses de enero y marzo de 2014.

«Con un promedio de cuatro transacciones, el día y la tienda, basta para identificar de forma exclusiva a las personas en el 90% de los casos», dice el investigador del MIT y coautor de la investigación, Yves-Alexandre de Montjoye. «La lógica que subyace en esto reside en que muchas personas compran algo en una determinada tienda (Mango, por ejemplo) un día determinado (pongamos, ayer). Sin embargo, solo algunas de ellas también comprarán en determinado H&M ese mismo día. Y aún menos irán a comer al día siguiente en la misma zona. En cuanto sepas cuatro lugares o tiendas y días, el 90% de las veces hay una y solo una persona en toda la base de datos que compra algo en cuatro lugares en esos cuatro días», explica.

De los archivos del banco usados para el estudio, los investigadores solo disponían del día (renunciaron a registrar la hora, lo que habría afinado aún más sus resultados) y el comercio donde se realizó la compra. Como es lógico, cada transacción lleva también un identificador de usuario en forma de una combinación alfanumérica de 8 dígitos, que permite a la entidad pasar el cobro al que hizo la compra. A ellos les sirvió para confirmar sus porcentajes de acierto.

Hay un cuarto metadato que parecería irrelevante pero, en realidad, da pistas extra para identificar a las personas. Se trata del importe de la compra. Los autores del estudio, publicado en Science, agruparon los importes en intervalos. No necesitaron el precio exacto para ampliar las posibilidades de volver a identificar al comprador.

«Analizamos también qué pasaba si sabemos el precio aproximado de lo que has comprado. Por ejemplo, unos 30 dólares en Mango, 20 en H&M, 7 para la comida… Esto, en la práctica, hace a las personas incluso más únicas. Aquí, con solo tres puntos (tiendas, día y precio) tienes un 94% de posibilidades de volver a identificar a un individuo», comenta el investigador francés.

Es la paradoja de este tiempo. Las bases con inmensas cantidades de datos anonimizados sirven para mostrar la unicidad del ser humano. Como dice de Montjoye, no se trata tanto de la predictibilidad de los humanos, «si no más sobre cómo nuestra conducta (y nuestros patrones de compra) nos hacen únicos en comparación con los demás».

Las mujeres y los ricos, más identificables

Los autores del estudio también investigaron el efecto del género o el nivel de ingresos en la probabilidad de la reidentificación. Aunque las mujeres solo eran el 24% de la muestra analizada, comprobaron que ellas son, de promedio, 1,2 veces más identificables. El mismo fenómeno sucede con el nivel de ingresos. Los compradores con mayor promedio de gasto tienen 1,7 veces más probabilidades de ser identificados.

El objetivo del estudio no era explicar por qué las compras permiten identificar a las personas, pero los investigadores jugaron con un par de posibles variables para explicar estas diferencias. Vieron que la forma en la que uno reparte el tiempo entre las distintas tiendas era el mejor predictor para saber si el comprador era mujer o de altos ingresos. Estos dos grupos muestran un patrón de mayor diversidad a la hora de comprar que los hombres o las personas de menores ingresos.

Aunque los científicos del MIT sostienen que habrá que hacer más estudios en otros ámbitos, ellos apuestan por que los datos de navegación en internet, los movimientos bancarios o los datos de transporte y movilidad también tienen un alto grado de unicidad y permitirían de forma inequívoca distinguir a una persona de otra. En un país como España, donde según las estadísticas del Banco de España hay casi 70 millones de tarjetas de crédito y débito con las que se hacen operaciones de unos 100.000 millones de euros, la sola idea de se pueda identificar a alguien por el uso que hace de su tarjeta, espanta.

Por fortuna, los autores del estudio tuvieron que firmar un acuerdo de confidencialidad con el banco para poder hurgar en su base de datos, que se suponen a buen recaudo. Pero, como concluyen en su trabajo, el problema fundamental que revela esta investigación es que las leyes sobre privacidad descansan sobre una premisa que ellos han demostrado que no es cierta. Por muy dura que sea la norma, esta solo es aplicable a los datos personales, es decir, aquellos que permiten identificar a un individuo. Los más obvios son su nombre, su cara, su dirección o su teléfono. Pero, ¿qué pasa con los metadatos como la compra de unas zapatillas en una tienda determinada?

«Los metadatos pueden ser datos personales y muchas veces lo son», recuerda el director de la Agencia Española de Protección de Datos, José Luis Rodríguez. «Para que no sean datos personales tienen que ser anónimos, con una disociación irreversible», añade. Si, como en esta investigación, se puede hacer el camino inverso desde los metadatos a la identidad de la persona, entonces sí se le aplicaría la legislación sobre privacidad. Para Rodríguez, el problema de fondo es que «en la medida en que existe cada vez más información disponible, se debilita la anonimización porque hay más posibilidades de combinar y, por lo tanto, de identificar o individualizar a la persona».

Tecnología y privacidad, condenados a entenderse

M.Á.C

La revista Science incluye hoy un especial sobre las conflictivas relaciones entre la tecnología y privacidad. A lo largo de una serie de artículos se repasan nuevas amenazas como el reconocimiento facial o las cada vez más retorcidas maneras que encuentran empresas y gobiernos para aprovecharse de los datos de los ciudadanos. También aparece un revelador artículo sobre el derecho al olvido.

La investigadora del Instituto Tecnológico de Worcester Susan Landau mantiene en uno de los artículos que las personas han perdido la capaz de proteger sus datos personales y su privacidad. Apoyadas en la facilidad que tienen las máquinas para establecer conexiones entre los datos, las empresas y gobiernos tienen cada vez más fácil recopilar grandes cantidades de información y sacarle provecho. Menciona, por ejemplo, una vieja investigación suya que demostró que un internauta medio necesitaría 244 horas para leerse todas las políticas de privacidad que hay en las páginas que se visitan. Para ella, los viejos métodos para proteger la privacidad ya no sirven.

El director de la AEPD, José Luis Rodríguez, no cree que haya que tirar todo a la basura y renunciar al derecho a la privacidad porque sea cada vez más complicado ejercerlo. «Mantener una esfera de privacidad es imprescindible para el desarrollo de la persona», recuerda.

En lo que sí está de acuerdo es en que los riesgos son cada vez mayores. Por eso, coincide con Landau en que, además de una legislación firme, hacen falta soluciones tecnológicas que protejan los datos personales. «No es admisible que la tecnología evolucione solo por el lado de la recopilación de los datos, debería ir pareja con sistemas que los protejan», dice.

En otro de los trabajos, se revisa el impacto que está teniendo el llamado derecho al olvido, tras la resolución de la Justicia europea sobre un caso español. En el artículo, el profesor de la Universidad de Georgetown, Abraham Newman, desmonta dos mitos en los que se apoyan quienes critican la mera existencia del derecho al olvido en internet.

Por un lado, niega que la desindexación de información personal de los buscadores dañe a la libertad de expresión y el derecho a la información. Al fin y al cabo, la información no se borra, solo se oculta de los ojos de Google. Por el otro, rechaza, como ha sostenido Google, que el trabajo de eliminar unos miles de enlaces pueda dañar la salud económica de la compañía. Y da un dato: En los primeros cinco meses de aplicación de la resolución judicial, el buscador ha revisado 180.000 peticiones de retirada, aceptando el 40%. Mientras, en un solo mes, el de diciembre pasado, tuvo que atender peticiones de retirada de nueve millones de enlaces por posible infracción de derechos de autor.

La mal llamada viveza criolla: estilo de vida del venezolano

 (AP Foto/Fernando Llano)

Juan Esteban se quedó sin empleo con tres muchachos que alimentar. El hombre dentro de su desesperación puso a trabajar su creatividad e hizo un “San de tetas”, el cual consiste en la rutina de un ‘san’ normal, con la única diferencia que, al número que le toque debe estar en pabellón a eso de las nueve de la mañana, para que 400cc de silicona le llenen el ego a la del san, y a Juan los bolsillos.

La viveza consiste en no dejarse sabanear de nadie, sin mucho protocolo al que te viene a chalequear lo despachan rapidito. Aquí se venden hasta bombillos quemados, chivas de cauchos como si fueran nuevas, aquí le soplan el bistec y le pedalean la bicicleta al más pintao sin que se dé cuenta y si se da, lo pasan por las armas también. La actitud es mostrar cara de sobrao, como si acabaras de comprar un pasaje a París al precio justo, lo otro es medir la capacidad de respuestas del interlocutor, si es lento… buenas noches, se le puede quitar hasta la cédula de un solo viaje.

Somos únicos. La frase preferida de la gran mayoría es “a mí que no me den, que me pongan donde haya”, y en ese ir y venir de los días, las cosas han ido empeorando.

Las condiciones sociales van fluctuando y en detrimento, mientras unos les sacan punta a una bola de billar, los otros se comen un cable, prueba de ello es Altagracia y su hermano, al que llaman el “Motilón”, este último trabaja en eso de ‘raspar’ y su hermana, en una dependencia del Estado durante los últimos 18 años. Ella aún vive arrimada en la casa de la mamá de su esposo, mientras su hermano conduce un Mercedes del año, jamás estudió y eso de trabajar por un quince y último nunca le pareció. Su hermana, en cambio, se quemó las pestañas en la universidad y perdió la cuenta de cuántas muestras de sangre ha tomado y, sin embargo; no ha podido comprarse un carro, y menos, una casa.

“Aquí el vivo corona, no hay muchas oportunidades para el que vive en el lado justo de las cosas. Ya uno no puede ni dejar el carro en el taller, porque si no le cambian las piezas, te lo ‘arañan’ para que se vuelva a dañar. La solidaridad consiste en: primero yo, después yo, y después también yo”.

La posibilidad del éxito no está signada por las dificultades, sino por: a quién te arrimes. No hay nada establecido en el orden de los requisitos, hay quienes jamás han calentado un pupitre y tienen hasta la foto de un rector entregándole el título. Ojo, y no es por el título, sino porque no es justo escuchar tantos timbres y pasar suplicios en la academia, para que alguien que no lo haya hecho tenga ventajas a punta de palanca.

Para el sociólogo, Miguel Ángel Sarmiento, “la mal llamada ‘viveza criolla’ es un mal patológico de orden social, su estructura está fijada, saltarse la cerca, tomar atajos y pasar por encima del prójimo. Desde tiempos ancestrales hemos estado sometidos a este flagelo, llamado pleonexia, que no solo está avalado y constituido, sino que, además, es aplaudido. Se trata de una cultura individualista en la cual cada quien hace sus cálculos de lo que le importa y de cómo puede sacar provecho a los demás o de los acontecimientos.

Se dice que existe una especie de justicia popular colectiva, en la cual la población no cumple, porque el que gobierna tampoco lo hace. Pero nadie dice nada, en medio de esta hipocresía generalizada, cada quien hace lo que se le da la gana sin ningún tipo de compromiso social para construir un país. Indagando en ese aspecto de la vida pública venezolana nos encontramos que desde el “acátese pero no se cumpla”, desde tiempos de la colonia hasta nuestros días, estamos sometidos a un desorden social donde el más vivo es quién se lleva la mejor parte, no quien más lucha y más trabaja”.

Existe un laberinto muy amplio para poder determinar el éxito, en un país donde hacerte la “vuelta” es muy fácil y sacar la cédula es un suplicio. Aquí se cobra el alquiler, la comisión y el mes de adelanto, los tres meses de depósito, y no se le permite al inquilino ni llevar a su novia a la pieza. El contrabando y la piratería ya tienen su plataforma y una película chimba se cobra como si fuera original, un carro viejo vale más que uno nuevo o del año.

Al mejor estilo de Tío Conejo, según lo que decía el dramaturgo Jose Ignacio Cabrujas, los venezolanos hemos enquistado ese estado natural de ‘tirarnos de vivos’ y que el prójimo resuelva. La sensación está en el ambiente, y como lo relató en su momento el laureado cineasta, “es como una configuración, una vaina con la que van naciendo los venezolanos y que con el andar del tiempo, la van edificando o la desechan, desgraciadamente, la segunda, no tiene estadísticas favorables”.

No solo se violan las reglas, sino que además se celebran abiertamente sin ningún tipo de conciencia colectiva y no conforme, nos presentamos como ejemplo a seguir. Eso hemos sido. Hecho el pendejo y jugando lo mete el perro, todo nuestro discurso tiene algo de esa “viveza criolla”.

Todo cuenta, desde hacer silencio y no cantar el Himno nacional en el colegio, hasta hacerse el pendejo al momento de pagar la cuenta. Es algo instaurado en la cultura del venezolano, resumir o simplificar todo a punta de trampas, poner el ladrón para no pagar el agua y robarse la luz, no pagar el cable, bachaquear, vender los cupos, el puesto en la cola y hacerse pasar por embarazada para cobrar el cheque de la nómina, etc, etc…

En Venezuela ser vivo está en los genes. La lección es: “Si soy un ‘vivo’, mis hijos serán vivos y así sucesivamente, la cadena continuará y así se seguirán alimentando situaciones de las cuales nos quejamos a diario”.

Todo radica en la formación y el sentido común, el sentido de pertenencia y el valor que le demos a lo anterior, el resto vendrá por añadidura, así dicen los viejos (los más sabios), saben que nuestra crisis es más mental que de cualquiera otra índole, nuestra viveza debe estar dirigida a la solidaridad, al servicio comunitario y a colaborar en todo. Esa es la única salida. Pero mientras las quejas vayan dirigidas a la política y al mal manejo de las cosas, seguiremos en desventaja con nosotros mismos, seguiremos padeciendo de lo mismo y sin iniciativa para remediarlo.

¿Puede haber democracia sin votos?

Artículo de la Redacción de BBC mundo, publicado el 01/02/2015 en

http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2015/02/150115_internacional_dia_democracia_alternativas_tsb

elections in Sri Lanka

Alrededor del mundo se celebran elecciones, ¿pero es la forma más efectiva de elegir a nuestros líderes?

En 2014, unos 1.500 millones de personas votaron en más de 100 elecciones alrededor del mundo.

Fue una cifra récord que ratifica que una de las ideas más arraigadas de nuestro tiempo es que, en los sistemas democráticos, los ciudadanos eligen a sus representantes a través del voto.

Las elecciones son uno de los pilares fundamentales de la democracia y, aunque hay diferencias en la forma como los países las llevan a cabo, son el mecanismo más común para la transferencia de poder.

Y no sólo sirven para elegir a presidentes o primeros ministros, sino también representantes locales, miembros de organizaciones o políticas públicas.

«Creemos que las elecciones son el medio idóneo para vivir en democracia», le dice a BBC Mundo Sandra Elena, directora del programa de Justicia y Transparencia en el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), en Argentina.

«No consideramos que por ahora exista otro mecanismo alternativo que pueda suplir esta forma de elegir, por lo menos no hemos visto ningún ejemplo en países democráticos», agrega.

Pero no todos consideran que la democracia sea el mejor modelo ni que las elecciones tal y como las conocemos sean el método más efectivo para elegir a nuestros líderes.

Entonces, ¿qué otras opciones hay?

Gobierno escalonado

La edición de enero de 2015 de la publicación investigativa Journal of Democracy está dedicada a responder una pregunta: ¿Está en declive la democracia?

Los autores explican que los problemas más notorios de la democracia se encuentran en su atractivo y su legitimidad para los ciudadanos.

En su opinión, hay decepción porque hay democracias que no han logrado progresar y tienen problemas como corrupción, servicios públicos deficientes o un crecimiento económico pobre.

Esos sentimientos pueden llevar a que algunos evalúen, dentro del mismo modelo y casi siempre de manera puramente teórica, si hay opciones que puedan resultar más efectivas para los retos que enfrenta un determinado país.

El Gobierno por Democracia Escalonada (TDG, por sus siglas en inglés) es uno de esos casos.

Según consta en la plataforma de debates TED, se trata de un sistema que elimina a los partidos políticos de la ecuación y basa la democracia en pequeños grupos locales, de barrio, que pueden tener desde 25 miembros hasta 200.

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El intento de Reino Unido

  • En 2011, Reino Unido realizó un referendo para preguntarles a los votantes si querían cambiar la forma como elegían a sus parlamentarios en elecciones generales.
  • En vez de votar por un candidato, los electores podían decidir si querían ordenar a varios candidatos en orden de preferencia.
  • Estas preferencias podrían ser usadas para decidir el resultado de una elección en casos donde ningún candidato lograra más del 50% de los votos.
  • La propuesta fue rechazada por el electorado.

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En ellos, todos forman parte de una comunidad y pueden ser elegidos. No hay candidatos ni hay campañas.

Cada año, cada barrio elige a un representante, varios barrios forman un distrito y el proceso escala hasta llegar a la cima, donde gobierna un consejo de líderes.

Según su creador, Dave Volek, este sistema por escalones les permite a los representantes tener una credibilidad alta porque conocen de cerca a sus comunidades. Y esto a su vez le da legitimidad a todo el sistema.

Raphaël Canet, de la facultad de Desarrollo Internacional y Globalización de la Universidad de Ottawa, en Canadá, cree que modelos que propongan grupos pequeños como base permiten una democracia mucho más directa.

Canet le dice a BBC Mundo que es preferible tomar ciertas decisiones en esos niveles más pequeños, como decisiones ambientales o de diversidad cultural.

Pero Sandra Elena, de Cippec, dice que un sistema como el que propone Volek tendría problemas prácticos.

«Me parece que la implementación de ese sistema sería muy complicada más allá de analizar el impacto concreto», dice.

«Un liderazgo de un presidente o un primer ministro, si es un liderazgo que lleve a velar por el interés nacional, es importante. No siempre los intereses de los distintos grupos se pueden conciliar y una persona que tenga una visión de conjunto del país es algo positivo no negativo».

Pagar por votar

Otras opciones proponen evitar que los políticos elegidos sean los que tomen todas las decisiones.

Más bien, a través de referendos o peticiones, buscan que los mismos ciudadanos determinen el camino que tome una ciudad o un país.

Un ejemplo de esto es Suiza, que les da a sus ciudadanos un poder muy importante a la hora de participar en el proceso legislativo.

A través de frecuentes referendos a nivel nacional o de cantones, los habitantes de este país escogen desde políticas de inmigración hasta el desarrollo de la infraestructura ferroviaria, pasando por las reservas de oro del país.

Pero uno de los problemas que han encontrado los expertos al analizar las elecciones es que muchos ciudadanos no parecen interesados en el proceso democrático.

En el caso de Suiza, la participación ronda el 40%, según el portal SwissWorld, que forma parte del Departamento Federal de Asuntos Exteriores.

Así, una de las propuestas alternativas, descrita en la página Freakonomics, sugiere que una persona debería poder votar tantas veces como considere necesario y no una única vez, como está permitido ahora.

Pero debe pagar por hacerlo y cuanto más lo haga, más le vale. En otras palabras, un voto tiene un precio de US$1, el segundo de US$4, el tercero de US$9, y así sucesivamente.

Esto, en opinión de sus defensores, garantiza que las personas voten tanto como les interesa el resultado de la elección. Pero el sistema es criticado porque puede favorecer a los más ricos y fomentar la compra de votos.

«Sería un sistema donde la gente que tendría más dinero podría elegir a los representantes», dice Sandra Elena, de Cippec, sobre los modelos donde un ciudadano pagaría por votar. Ella dice que personalmente le parecería hasta antidemocrático.

De manera similar a esta propuesta, dos economistas, Jacob Goeree y Jingjing Zhang, desarrollaron un sistema que les permite a los votantes demostrar la intensidad de su voto.

Cada persona apuesta por un proyecto comprando votos y recibe como devolución el promedio de todos los demás pagos.

El plan que reciba la apuesta más grande es seleccionado y, según los proponentes, es una forma racional y balanceada de elegir.

Pero también reconocen -aunque no lo comparten- que hay quienes creen que los electores moderados pueden salir afectados por quienes apuesten más y quieran comprar la elección.

De cualquier modo, Jacob Goeree y Jingjing Zhang consideran que las elecciones tradicionales son «ineficientes» y con frecuencia no logran resultados óptimos.

Y no están solos en esa crítica.

De ahí que ellos, como muchos otros, se hayan dedicado a buscar alternativas.

Pero al final queda una pregunta: ¿Cambiará alguna vez de manera drástica la forma como votamos?

Para Sandra Elena, en vez de buscar nuevas vías, lo importante es más bien cómo fortalecer el sistema democrático que tenemos hoy.

«Hay muchos elementos y muchos procesos para fortalecer la democracia que incluyen el sistema de elecciones como está, y tal vez mejorarlo, pero no cambiar radicalmente el sistema», concluye.

Lea también: ¿Qué piensas acerca de la democracia en el mundo moderno?, http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2015/01/150116_convocatoria_twitter_democracia.shtml